miércoles, 27 de junio de 2012

V. “Cosas”


Visto de esta manera, el recipiente de lo japonés (se trate éste de Tokio, un choume, una casa, un sobre de papel o un habitante) no concentraría en su interior ninguna pauta divina, es decir ninguna alma celestial que desde adentro activara un cuerpo sin vida. Los recipientes estarían vacíos, según el punto de vista cristiano, ni vivos ni muertos.
Y entre un sobre de papel y otro, no habría nada, sólo más vacío, el mismo vacío. Ningún recipiente supuestamente superior que los contuviera y reemplazara, ninguna casa que de un modo impermeable ocultara los papeles en su interior y los enmascarara presentándose como ‘la Casa de los Sobres’. Las casas sólo serían eso, casas; recipientes vacíos que no esconderían nada en su interior, aunque sobre las maderas de su suelo y bajo las cañas de su tejado, habría sobres de papel, paquetes de regalo, kimonos de seda, flores de gerbera rodeadas de mahonias y los pasos de unos niños jugando en el tatami. Y más allá de las casas, en el mismo hábitat podría seguirse con Tokio, otro gran recipiente vacío que no escondería nada en su interior, aunque envolvería cientos de camionetas de reparto, huéspedes en los ryokan que se desvanecen a la sombra de los shoji (los tabiques móviles de papel), gruesos pinceles a tinta negra que seleccionan su escritura entre mil clases de papeles -algunos de arroz, otros de pajas claras o libretas cuyas páginas han sido dobladas y cosidas, y sus bordes deshilados más que cortados-, lucecillas que en la noche caminan en las cestas de las bicicletas, oficinistas trajeados que desfilan solitarios hacia los salones de pachinko, escolares de excursión, sake en vasos de madera, plantas de distintas especies y colores que crecen en diminutos tiestos blancos, zapatillas ocultas debajo de las escaleras: ‘cosas’. Es decir, Tokio simplemente sería aquellas pequeñas ‘cosas’.
Unas ‘cosas’ que aparecerían como estructuras productivas vestidas de imaginario que construirían (sin añadidos, completamente vacías) la propia escritura.
Precisamente para leer esa escritura se puede viajar a Japón: “yo soy allí un lector, no un visitante” desvelaba Barthes.