En
la historia de la ciudad de Barcelona hay un denominador común que ejerce un
papel mucho mas importante que el aparentado. La montaña de Montjuïc ha
aparecido siempre en segundo plano, a simple vista espectadora de lo
acontecido, nunca protagonista. Si bien es cierto que no se sitúa dentro de los
límites de la ciudad histórica y aunque a veces se la ha dado la espalda y se
ha preferido mirar hacia otro lado siempre vuelve para reivindicar su sitio
como el único hito natural y por tanto verdadero de Barcelona.
Despojada
de la dignidad que dicha denominación merecería, la montaña no siempre jugó a
favor de la ciudad, solo fue a partir de principios del siglo XX cuando
Montjuïc se reconcilió con Barcelona.
Un
territorio apenas explotado urbanísticamente y con una alta dosis de carga
simbólica en una ciudad aún sin iconos arquitectónicos que exportar al exterior
se convertiría en el lugar idóneo para la exposición universal del 29 que
situaría a la capital catalana a la vanguardia de la cultura a nivel mundial.
Una apuesta de ciudad que hoy en día sigue vigente y en el que Montjuïc sigue
desempeñando un papel fundamental resistiendo juegos olímpicos e imponiéndose
con éxito a propuestas alternativas como la que existe en el Fórum desde el
2004.