Desde
una pequeña línea de piedras señalando el lugar por donde saldrá el Sol en el
centro de un pequeño campamento nómada hasta el Partenón situado en la Acrópolis de Atenas el
ser humano ha necesitado casi de manera inconsciente de estos elementos que son
reconocibles desde cualquier parte dentro y fuera de la ciudad. Son, por lo
general, construcciones que adquieren, bien por que se piensan para ello o bien
por casualidad, un valor mas allá de lo terrenal convirtiéndose en patrimonio
de la ciudad y de aquellos que la habitan.
Esta
función, de hito, estuvo muy bien desempeñada durante siglos por las iglesias
que con su altura destacaban sobre todo lo demás, sus campanas se hacían oír
por toda la ciudad y llamaban así a rezar hasta que tras la revolución
industrial los campanarios empezaron a quedarse pequeños al lado de las
fábricas, cuyas enormes chimeneas rivalizaban en humo y altura entre ellas,
pero a diferencia de las iglesias que siempre se asentaron en los lugares clave
de las ciudades estos edificios industriales crecieron de una manera espontánea
y descontrolada que desequilibró la ciudad europea del siglo XIX.
Por
aquel entonces Gaudí ya intuyó el problema que la falta de referencias claras
en el skyline suponía para la ciudad y
pensó en la Sagrada Familia
como en el primer símbolo de la era moderna para Barcelona, basándose para ello
en los elementos de los que disponía, su edificio se convierte en el eslabón
entre el hito clásico y el moderno. Aun así, no fue esta la primera
preocupación para aquellos que eran los encargados de pensar las ciudades de
Porto y Barcelona durante el siglo XX, la pérdida de poder de la iglesia y la
falta de alternativas dejó a las ciudades vacías de referencias sólidas que el
caso de Barcelona no se llenó hasta a partir de los años 90, como ya se ha
hablado anteriormente, para los juegos olímpicos de 1992 se repensó la ciudad
de manera global y se reservó en ese pensamiento un espacio para que los mas
afamados arquitectos del momento diseñaran la nueva imagen de la ciudad. Norman
Foster en Colleserola o Calatrava en Montjuïc son solo los ejemplos más
vistosos de esta operación, años mas tarde la torre Agbar de Jean Nouvel o las
dos torres en el frente marítimo completan la heterogénea silueta de la Barcelona del siglo XXI.
En
Porto, por otro lado, el cambio llegó con la Eurocopa ya en el año
2004, la ciudad anclada en el tiempo y poco desarrollada en altura estaba
necesitada de que estos hitos limpiasen y organizasen la estructura urbana a nivel
peatonal. Por lo tanto en el plan para Porto, y siguiendo una estrategia
similar a la de Barcelona, se llamó a arquitectos de prestigio internacional
para que pensasen y diseñasen, en este casp, los espacios públicos mas
significativos. Fueron, entre otros; Rem Koolhaas, Alvaro Siza o Eduardo Souto
de Moura los encargados reordenar el tejido y pensar en una arquitectura que
sabían iba a ser mucho más que una plaza o un edificio, sino que dibujarían la
imagen que Porto iba a dar al mundo y a la vez cambiarían la manera de vivirla
de sus habitantes.