El crecimiento de
las ciudades desde su núcleo primigenio puede llevarse a cabo de muy diversas
formas. Sin embargo, una servidumbre ineludible es la presencia de lo ya
existente, amén de la orografía, hidrografía y otros elementos geográficos que
puedan influir en las decisiones a tomar.
Si la ciudad antigua
se encuentra a la orilla del mar, lo más normal es encontrar una estructura de
forma más o menos semicircular, encarada a la costa, y con las murallas
encerrándola por la parte interior. Eso mismo es lo que podemos observar en las
imágenes de los núcleos de las ciudades de Barcelona y de Palma:
La estructura de las
calles en ambos casos nos permite detectar la presencia de unos ejes no
excesivamente definidos, aunque destacan sobre la maraña de callejuelas que
forman los barrios intramuros.
Tanto en un caso
como en el otro, dichos ejes han perdurado en el tiempo. Si en Barcelona son
claramente identificables las actuales Ramblas, en el plano de Palma destaca el
eje Rambla-Borne, correspondiente al antiguo trazado del torrente de la Riera.
El crecimiento de
ambas ciudades propició el desarrollo de proyectos urbanísticos extremadamente
distintos. Si, por una parte, en Barcelona se estableció un ambicioso
crecimiento que multiplicaba el tamaño de la ciudad, en Palma se siguió un
modelo mucha menos extenso y más supeditado a la estructura original. Ello nos
conduce a contemplar planificaciones diametralmente opuestas. En Barcelona, el
ensanche cuadricula completamente el terreno de forma que el mar se alinea en
una de las dos direcciones de la retícula, al tiempo que la ciudad vieja es,
simple y llanamente, ignorada. Fruto de ello, el casco antiguo aparece como una
imperfección de la trama, quedando arrinconada víctima de la ortogonalidad
cartesiana.
En el caso del ensanche de Palma, nos encontramos con un
proyecto mucho menos ambicioso en extensión pero que, al contrario de lo que
ocurría en Barcelona, tiene como punto de partida de su estructura el núcleo
antíguo de la ciudad. Ello obliga a apostar por una estructura radial, tomando
siempre como punto de partida el trazado de las murallas originales. Este
crecimiento en abanico no permite una simplicidad de trama, sino que exige que
esta se fracture en pequeños fragmentos que a la postre impregnarán a cada uno
de los barrios con su carácter propio y definitorio, bien en base a las vías
que los atraviesan, bien en base a los espacios públicos que contienen. Todo
ello a una escala incomparable con el gigantismo urbano del eixample
barcelonés.
Como evidencia del
distinto acomodo de ambas ciudades a su crecimiento, es interesante dar un
vistazo a los planos de las líneas de autobuses urbanos de ambas ciudades. En
Barcelona, se comprueba como el eixample se erige en auténtico protagonista del
devenir cotidiano, permitiendo que la circulación se diluya entre idas y
venidas por su cuadrícula. La ciutat vella parece quedar ajena al tumulto,
apartada a los pies de Montjuich.
En Palma, la
estructura radial se mantiene como dominante con las Avenidas, antiguo trazado
de las murallas, como verdadera vía distribuidora del tráfico que llega y parte
del centro.