martes, 26 de junio de 2012

La cuadratura del semicírculo

El crecimiento de las ciudades desde su núcleo primigenio puede llevarse a cabo de muy diversas formas. Sin embargo, una servidumbre ineludible es la presencia de lo ya existente, amén de la orografía, hidrografía y otros elementos geográficos que puedan influir en las decisiones a tomar.

Si la ciudad antigua se encuentra a la orilla del mar, lo más normal es encontrar una estructura de forma más o menos semicircular, encarada a la costa, y con las murallas encerrándola por la parte interior. Eso mismo es lo que podemos observar en las imágenes de los núcleos de las ciudades de Barcelona y de Palma:



La estructura de las calles en ambos casos nos permite detectar la presencia de unos ejes no excesivamente definidos, aunque destacan sobre la maraña de callejuelas que forman los barrios intramuros.
Tanto en un caso como en el otro, dichos ejes han perdurado en el tiempo. Si en Barcelona son claramente identificables las actuales Ramblas, en el plano de Palma destaca el eje Rambla-Borne, correspondiente al antiguo trazado del torrente de la Riera.
El crecimiento de ambas ciudades propició el desarrollo de proyectos urbanísticos extremadamente distintos. Si, por una parte, en Barcelona se estableció un ambicioso crecimiento que multiplicaba el tamaño de la ciudad, en Palma se siguió un modelo mucha menos extenso y más supeditado a la estructura original. Ello nos conduce a contemplar planificaciones diametralmente opuestas. En Barcelona, el ensanche cuadricula completamente el terreno de forma que el mar se alinea en una de las dos direcciones de la retícula, al tiempo que la ciudad vieja es, simple y llanamente, ignorada. Fruto de ello, el casco antiguo aparece como una imperfección de la trama, quedando arrinconada víctima de la ortogonalidad cartesiana.



En el caso del ensanche de Palma, nos encontramos con un proyecto mucho menos ambicioso en extensión pero que, al contrario de lo que ocurría en Barcelona, tiene como punto de partida de su estructura el núcleo antíguo de la ciudad. Ello obliga a apostar por una estructura radial, tomando siempre como punto de partida el trazado de las murallas originales. Este crecimiento en abanico no permite una simplicidad de trama, sino que exige que esta se fracture en pequeños fragmentos que a la postre impregnarán a cada uno de los barrios con su carácter propio y definitorio, bien en base a las vías que los atraviesan, bien en base a los espacios públicos que contienen. Todo ello a una escala incomparable con el gigantismo urbano del eixample barcelonés.


Como evidencia del distinto acomodo de ambas ciudades a su crecimiento, es interesante dar un vistazo a los planos de las líneas de autobuses urbanos de ambas ciudades. En Barcelona, se comprueba como el eixample se erige en auténtico protagonista del devenir cotidiano, permitiendo que la circulación se diluya entre idas y venidas por su cuadrícula. La ciutat vella parece quedar ajena al tumulto, apartada a los pies de Montjuich.


En Palma, la estructura radial se mantiene como dominante con las Avenidas, antiguo trazado de las murallas, como verdadera vía distribuidora del tráfico que llega y parte del centro.