miércoles, 27 de junio de 2012

II. Otra lengua: los signos



Si imagináramos que aquél viajero llegara a Japón proveído de un avanzado artilugio capaz de traducir, una por una, cada palabra que escuchara, se encontraría con que no se enteraría de mucho. Su confusión sería porque el cambio de lengua no se refiere tanto a las palabras sino a ‘las cosas’.
             Para conocer las cosas, el visitante debería despojarse de su máquina-traductora (de entrada mejor evitar pistas falsas), liberarse de las imágenes que habían construido sus sueños, olvidar las figuras escondidas en la densidad de su lenguaje conocido y abrir sus ojos ante los leves movimientos que marca el discurrir del sutil signo japonés.

El viajero, ante el saludo reverencial de una mujer a su marido, vería humillación y ante el que habría entre dos colegas de distinta edad, exageración, hipocresía y recelo. Acostumbrado a considerar que la formalidad en el código social no es más que otro elemento de la fachada (de lo externo: aparente y falso) de una persona (de su interior sin cáscara: directa y pura) el viajero trataría de señalar su confianza ante sus prójimos mediante una pérdida de código formal. Así, él hubiera soltado un “¡Qué pasa tíos!” -palmada en la espalda- a sus amigotes, mientras que a su chica la saludaría con la exhibición de un morreo baboso.
Para pensar en el saludo japonés, es mejor reproducir directamente el que escribe Barthes: “dos cuerpos se inclinan muy abajo uno delante del otro (manteniendo siempre los brazos, las rodillas, la cabeza en un lugar regulado), según grados de profundidad sutilmente codificados. (…) El saludo puede aquí sustraerse a toda humillación o a toda vanidad, porque literalmente no saluda a nadie; no es el signo de una comunicación, vigilada, condescendiente y precavida, entre dos autarquías, dos imperios personales (reinado cada uno sobre su Yo, pequeña propiedad cuya ‘llave’ posee); no es más que el trazo de una red de formas donde nada se para, ni se traba, ni es profundo”.
El saludo que el occidental vería exagerado, aparece como una formalidad acordada, como un grafismo común, como una coreografía codificada (que puede escribirse para ser leída) catalizadora de urbanidad.

En la mesa el visitante no encontraría unos instrumentos metálicos (cuchillo y tenedor) que trinchan los alimentos. En su lugar unos palillos sujetan y transportan la comida, previamente preparada en trocitos pequeños, mediante gestos precisos y delicados.
El contacto con los alimentos es suave, no hay metal que punza una acidez violenta en la comida, en los dientes y en la lengua, sino unos bastoncillos de madera que suavizan el contacto. Los palillos no horadan ni cortan, no hieren el alimento, tan sólo lo seleccionan, toman, devuelven y transportan de un lugar al otro.

Al mirar las mujeres, el viajero no encontraría una belleza carnosa, plena, pomposa; al tocarlas no sujetaría unas curvas prominentes y pechos rebosantes; la mujer japonesa no es explícita, no se desea desnuda.
Para pensar en ella, basta distraerse con las mujeres que describe Tanizaki. “Aquel pecho liso como una plancha al que se ciñen unos senos de una delgadez de papel, aquella cintura apenas menos gruesa que el pecho, aquellas caderas, aquella grupa, aquella espalda recta, aquel tronco estrecho y delgado (…), aquella ausencia de espesor que más que un ser de carne evoca la tirantez de una astilla de madera (…). Al verlas pienso irresistiblemente en la varilla que forma el armazón de las muñecas. En realidad, el torso no es sino un soporte destinado a recibir el traje y nada más. Estas mujeres (…), están hechas de no sé cuántas capas de seda o de algodón y si se las despojara de sus vestidos sólo quedaría de ellas, como en las muñecas, una varilla (…). Aquellas mangas largas, aquellas larguísimas colas que velaban las manos y los pies de tal manera que las únicas partes visibles, la cabeza y el cuello, adquirían un relieve sobrecogedor.”

En la ciudad, el visitante no encontraría aquello que solía orientarlo: allí las calles no tienen nombres. Los japoneses no piensan en identificar las calles, sino en identificar directamente los edificios y las islas edificadas mediante una simple numeración. Le resultaría extraño al viajero esa atención a los edificios, que serían para él aquello que se construye a los lados de las calles. Sin embargo para los japoneses, las calles -sin nombre- son simplemente el vacío que se extiende entre las edificaciones.
El occidental estaría acostumbrado a asociar cada calle a un nombre inscrito de manera permanente, a entender que cada avenida o plaza es una propiedad nominal, a aceptar que habría un dueño de aquél lugar. Como la Calle de Ganduxer en Barcelona: Francesc d’Assís Ganduxer i Garriga fue cabeza del estirpe de terratenientes dueños de los terrenos, casado con Rita Aymerich; su heredero Pau Ganduxer i Aymerich se casó con Josepa Carrencà… y entre todos, sin saber muy bien porqué, ni siquiera resignados, los recordamos; asumiendo que aquello que allí se construya es en cierto modo, suyo.
Los japoneses, sin embargo, identifican numéricamente las edificaciones simplemente por la evidente necesidad de localización de una cosa en un lugar: hay un sistema postal, así como de suministro de energías. De este modo puede encontrarse la casa Moriyama de Ryue Nishizawa:  los números 144-0051, como código postal, localizan el edificio en Tokio, Ota, Nishikamata; mientras que 3-21-5 identifican respectivamente el choume 3 (la parte del barrio), la isla edificada número 21, y el 5º edificio construido en la isla.
Aunque en apenas cinco números puede localizarse cualquier rincón del país, dicho código no aparece como elemento que da identidad a las cosas, sino que son las propias cosas las que identifican el lugar. Dicho de otra manera, los números no ejercen exactamente como sustituto a “El Carrer de Ganduxer” –máscara que esconde todo lo que hay en dicha calle-, sino que son sólo dígitos con la mera función de localización, dejando que únicamente ‘las cosas’ que hay en la calle -su panadería, su colegio, los niños uniformados y sus cometas cabeceando- identifiquen el lugar.