Recuerdo que la visita a Collserolla coincidió con
unos días de agobio y nervios, ya que esa misma semana tenía una entrega de
Proyectos.
Pensaba que acudir a la excursión supondría poder
dedicar menos tiempo a la entrega, pero lo que encontré allí fue un oasis de
calma dentro de la locura de esos días.
Desde el primer momento en que caminas por Collserolla
te aíslas del movimiento, ruido y contaminación de Barcelona. La vegetación te
envuelve, el ruido desaparece, y al llegar a la Torre de Collserolla, con la
ciudad a tus pies, te olvidas de las preocupaciones.
En el valle del Ebro, cerca de Zaragoza, se encuentra
el desierto de los Monegros.
Pueden parecer paisajes totalmente opuestos, pero
es curioso cómo dos lugares tan diferentes generan las mismas sensaciones.
Los Monegros es un desierto de tonos ocres y
grises, de inmensa extensión, con un horizonte abierto e inabarcable. Un lugar
de belleza áspera y sobria, donde te envuelven el silencio y el vacío.
Pese a las apariencias es un terreno lleno de
vida. En su interior hay un ecosistema rico y único, y aunque su superficie
está muy poco poblada, la atraviesan numerosas infraestructuras debido a su
estratégica posición.
Es difícil imaginarse los Monegros tal y cómo eran
antiguamente. Un frondoso bosque de sabinas, que apenas dejaba pasar la luz del
sol. De ahí viene su nombre ‘Monte Negro’.
De aquel bosque sólo se mantiene en pie una última
Sabina en Villamayor, convertida en un hito para el pueblo.
Dos paisajes opuestos, pero igual de impactantes.
Será que los polos opuestos me atraen..
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imagen aérea del desierto de los monegros |