La domesticación de la calle
La calle no solo se contagia de casa por dejar entrar
miradas, sino que en ciertas ocasiones, la calle queda físicamente invadida por
el interior de la casa.
Especialmente cuando empieza el buen tiempo, los holandeses
trasladan su vida a la calle, intentando pasar el máximo tiempo posible
disfrutando del sol. De esta manera, la casa se extiende a la calle hasta los
umbrales de las ventanas, las escaleras de acceso, las aceras, o el borde de
los canales. Los límites de la casa no están definidos por donde estén sus
puertas, sino por los propios usuarios.
Los alféizares de las ventanas se convierten en bancos,
desde donde los habitantes disfrutan del exterior sin llegar a pisar la
calle. Los muebles se bajan a las escaleras
de acceso, creando un espacio colectivo
de relación entre vecinos, donde la calle se invade físicamente. Las
aceras y especialmente los bordes de los canales, se convierten en una parte más
del salón-comedor, se trasladan los muebles domesticando plenamente el espacio
exterior.
A veces no solo las
viviendas salen al exterior, sino también los comercios. Los mercadillos de
segunda mano intensifican esta conquista de la calle, cubriéndolas de
alfombras, muebles, y vestidos. Aunque
son eventos plenamente organizados y que seguro que tienen su normativa que los
regula, su apariencia es de carácter plenamente espontáneo. Es como si los
vecinos se hubiesen decidido a sacar todo lo inutilizable que tenían dentro de
casa para esparcirlo por las calles de Amsterdam.