El Raval lo conozco por haber vivido en él los
años de carrera que llevo en Barcelona, y la Magdalena, barrio de Zaragoza
conocido popularmente como la ‘madalena’, por haber estudiado en él los años de
instituto.
Los dos tienen una localización similar con
respecto a sus ciudades, forman parte del casco histórico por lo que varios
museos, centros de exposición e iglesias, en definitiva puntos de atracción,
quedan dentro de sus límites.
Ambos proyectan esa imagen algo decadente,
sobretodo para la gente que no los conoce, y sorprende ver cómo ambos barrios
con una localización tan céntrica, hayan estado tanto tiempo olvidados por sus
respectivas ciudades.
En la actualidad se están llevando a cabo
proyectos para su integración. Pero la gente que hemos vivido en ellos, sabemos
que lo que realmente caracteriza estos barrios no es la imagen de sus calles,
la (falta de) limpieza de algunas, o lo caóticas que puedan parecer a ojos
ajenos, sino la vida que éstas desprenden.
La actividad de sus plazas, calles, terrazas,
bares, cafés, plazas, comercios, asociaciones, tendederos, viviendas en planta
baja que extienden su salón hacia el exterior…
Una suma de elementos que hacen que entiendas el
espacio público como lo que debería ser, un lugar de reunión y no sólo de paso,
donde poder compartir y convivir con los vecinos y amigos, lugar donde
mezclarte con las diferentes culturas que los habitan para aprender unos de
otros, espacios de los que apropiarte temporalmente para desarrollar cualquier
actividad.
Barrios que muestran la vida tal y cómo es, por
mucho que se intente esconder lo inmoral, sucio o vergonzoso tras campañas que
buscan esa imagen de civismo cuadriculado que se nos quiere imponer, y con
evidentes intereses turísticos tras ellas.
En definitiva, el espacio público hecho por y para
las personas. A rehabitar la calle!